Las fotos que ves en mi web las hicimos un martes de diciembre soleado y con algo de humedad. Lo recuerdo porque fue imposible domar mi cabello. Había pasado el fin de semana en mi otra casa, en la que me rodean los verdes y ocres de la montaña. Mi abuela, tras largos años de letargo, decidió que era hora de marcharse definitivamente y fuimos a despedirla. Me costó entender lo que había pasado realmente. Lo intenté, mientras sostenía en brazos a mi pequeña sobrina en el crematorio, pensando en cosas bonitas para contarle mientras veía caras tristes allá donde mirara. Nunca está uno preparado para una despedida de por vida.
El caso es que no quise cancelar la cita que tenía concertada con Eva Timoner. La conocí no recuerdo bien dónde ni por qué. Pero la expresión dulce y la calma que transmitían sus movimientos con la cámara, me convencieron para elegirla. Ante todo, Eva irradia luz. A través de su sonrisa y a través de sus imágenes. Así que ese martes soleado de diciembre, intenté empaparme al máximo de su calidez. De la delicadeza de su voz y la ternura de sus palabras. No fue una sesión fácil, y las horas se nos escaparon como se le escapó la vida a mi abuela. No me importó.
En realidad, odio que me hagan fotos. Y veo mi tristeza reflejada en el objetivo de su cámara. Pero también veo el agradecimiento de una mano amiga. De un consuelo desconocido mientras llueve por dentro.
Si conmigo consiguió esto, imaginaos lo que es capaz de hacer cuando encuentra a un modelo en un buen día.
Gràcies Eva. Per tot. I també per les fotos.

Un robado que me encantó, mientras veía pasar a una persona por nuestro lado.